
Economía y geopolítica de la inteligencia artificial: el nuevo tablero mundial
A mediados del siglo XX, cuando los primeros ordenadores ocupaban salas enteras, pocos podían sospechar que esas máquinas darían lugar a una carrera tecnológica capaz de reconfigurar el equilibrio mundial. Hoy, los algoritmos influyen en decisiones políticas, económicas y culturales a una velocidad que supera a la de cualquier revolución anterior. La inteligencia artificial no es solo un avance técnico: se ha convertido en el nuevo tablero de poder global.
Este escenario está marcado por tensiones entre potencias, por la pugna en torno a la soberanía tecnológica y por un elemento tan intangible como decisivo: los datos. Pero la inteligencia artificial no solo se traduce en bloques enfrentados; también abre caminos hacia nuevas oportunidades económicas. Sectores enteros están transformando su manera de producir y relacionarse, y al mismo tiempo crecen las desigualdades entre quienes tienen acceso a la tecnología y quienes se quedan rezagados.
En este punto, las universidades juegan un papel decisivo. Formar profesionales con mirada crítica y visión internacional ya no es una opción, es una necesidad. Desde el Doble Grado en Derecho y Relaciones Internacionales hasta el Doble Grado en ADE y Relaciones Internacionales o el Grado en Economía en modalidad virtual, en UNIE Universidad se apuesta por esa preparación integral: formar líderes que comprendan cómo la inteligencia artificial no solo cambia la economía, sino que también redibuja el mapa de poder mundial.
¿Por qué la inteligencia artificial está redibujando el mapa geopolítico global?
De la tecnología a la geoestrategia: un cambio de paradigma
Durante décadas, hablar de inteligencia artificial era cosa de laboratorios y universidades. Hoy la conversación se ha trasladado a los despachos de presidentes y ministros. ¿Por qué? Porque controlar esta tecnología significa tener ventaja no solo económica, sino también política y militar.
Un ejemplo claro es la producción de chips avanzados: la mayoría se fabrican en Taiwán, y eso convierte a una isla pequeña en un punto crítico para la seguridad mundial. Lo que antes era una cuestión de innovación científica, ahora se ha convertido en un tema de soberanía nacional y de seguridad internacional.
Potencias tecnológicas: Estados Unidos, China, la UE y las potencias emergentes
Estados Unidos sigue marcando el ritmo con gigantes como OpenAI, Google o Microsoft, pero China pisa fuerte con modelos propios y un despliegue de IA en ciudades y servicios públicos a una escala difícil de igualar. Europa, por su parte, busca hacerse un hueco apostando por la regulación: el AI Act europeo es el primer intento serio de poner límites y normas claras a la inteligencia artificial.
Mientras tanto, países emergentes como India, Corea del Sur o Brasil tratan de posicionarse, ya sea como productores de semiconductores, como hubs de talento digital o como mercados gigantescos donde probar nuevas aplicaciones.
¿Qué se disputa realmente en la geopolítica de la inteligencia artificial?
La pelea no es por tener “más robots” o “mejores chatbots”. La disputa real está en quién controla las piezas clave de este ecosistema: los datos que entrenan los sistemas, los chips que los hacen funcionar y los algoritmos que definen cómo aprenden.
Tener acceso exclusivo a uno de esos tres elementos significa poder condicionar mercados enteros y ganar influencia sobre otros países. En este punto, también entran en juego las patentes y las certificaciones: quién dicta el estándar técnico acaba marcando la norma para todos los demás.
Poder, influencia y soberanía en la era de la inteligencia artificial
Datos, chips y algoritmos: los nuevos recursos estratégicos
Los datos son el combustible, los chips el motor y los algoritmos el diseño del vehículo. Esa es la tríada sobre la que gira hoy la competencia global. Los países que logran almacenar y procesar más datos tienen una ventaja clara para entrenar modelos de IA más potentes. Pero de poco sirven los datos sin chips avanzados, que son caros y muy difíciles de fabricar: la empresa taiwanesa TSMC es responsable de más del 50% de la producción mundial de semiconductores de vanguardia. Y luego están los algoritmos, la “receta secreta” que convierte todo ese poder en aplicaciones concretas. Quien controla esas tres palancas, controla la dirección de la economía digital.
IA generativa y guerra de narrativas: el poder blando del siglo XXI
Con la irrupción de la IA generativa, el terreno de juego se amplía. Ya no solo hablamos de fábricas o datos, sino también de narrativas. Los sistemas capaces de generar textos, imágenes o vídeos pueden usarse para contar historias, moldear opiniones públicas o, en el peor de los casos, difundir desinformación de manera masiva. Es lo que algunos analistas llaman la nueva “guerra de narrativas”.
Sanciones, regulación y diplomacia tecnológica entre bloques
La inteligencia artificial también ha abierto un frente diplomático. Estados Unidos ha impuesto restricciones para que China no pueda comprar ciertos chips de última generación, mientras que Pekín responde reforzando su propia producción y firmando acuerdos con aliados estratégicos.
En paralelo, se multiplican las conversaciones sobre tratados internacionales que definan reglas de uso y responsabilidad. La diplomacia tecnológica se ha convertido en un nuevo lenguaje de las relaciones internacionales, donde se negocia desde cómo se comparten los datos hasta cómo se regula la exportación de software sensible.
Impacto de la inteligencia artificial en la economía global
Economía e inteligencia artificial: una interdependencia creciente
Hoy la economía y la inteligencia artificial van de la mano. No se trata solo de empresas tecnológicas, sino de todo el engranaje económico. Según estimaciones de PwC, el uso de la IA podría añadir hasta un 15 % extra al PIB mundial en la próxima década. Es un dato enorme que muestra hasta qué punto esta tecnología está empezando a ser parte del motor económico global.
Lo interesante es que este impacto no depende únicamente de Silicon Valley o de grandes corporaciones chinas: la clave está en cómo la IA se extiende a la pequeña y mediana empresa, a los países que no son potencias y a sectores que tradicionalmente estaban lejos de lo digital.
Nuevos sectores, nuevas desigualdades: ¿quién gana y quién se queda atrás?
La IA está impulsando sectores enteros que hace unos años apenas existían. En la salud, se usan algoritmos para detectar enfermedades en fases tempranas; en la agricultura, para optimizar riegos y cosechas; en el transporte, para planificar rutas más eficientes. Todo esto genera nuevos modelos de negocio y oportunidades de inversión.
El problema es que no todos parten del mismo punto de salida. Países con infraestructura digital fuerte, capacidad de inversión y talento especializado se colocan en la línea de cabeza. Otros, en cambio, todavía luchan por garantizar conectividad básica o formación digital. Esa diferencia puede agrandar la brecha económica global.
IA y productividad: de la automatización a la reinvención del trabajo
Durante años se habló de la automatización como sinónimo de sustituir personas por máquinas. La IA añade otra capa: no solo puede hacer tareas repetitivas más rápido, también puede cambiar la forma en la que concebimos un trabajo. No es solo “producir más”, sino “trabajar distinto”.
El Fondo Monetario Internacional calcula que la IA puede afectar a hasta el 40 % de los empleos en el mundo. Eso no significa necesariamente que vayan a desaparecer todos: muchos se transformarán, otros se complementarán y algunos nuevos aparecerán. La cuestión es cómo gestionamos esa transición.
El papel de las universidades ante este nuevo paradigma
La misión de formar talento con visión geopolítica y tecnológica
En este contexto, las universidades tienen un papel fundamental. No basta con enseñar a programar o manejar software. Hace falta formar a estudiantes que entiendan cómo la IA se conecta con la economía, la política internacional y la ética.
Además, la IA ya está entrando en la propia vida universitaria: se utiliza para personalizar itinerarios de aprendizaje, detectar a tiempo casos de abandono, o automatizar tareas administrativas. Y no hablamos de un uso marginal: en encuestas recientes, hasta el 86 % de los estudiantes dijo haber usado alguna herramienta de IA en sus estudios.
Este nuevo escenario obliga a las universidades a tomar decisiones claras: ¿se prohíbe la IA en exámenes? ¿Se integra en proyectos? ¿Se establecen reglas para su uso responsable? La gestión de la IA en la educación superior será uno de los temas más relevantes de los próximos años.
La inteligencia artificial ya no es un escenario de ciencia ficción, sino el telón de fondo que reescribe nuestro presente: transforma lo que producimos, cómo trabajamos y hasta cómo nos relacionamos, y su poder económico es tan inmenso como el desafío que nos lanza de evitar que agrave las desigualdades. Aquí es donde las universidades deben cultivar una mirada global, reflexiva y ética para que la IA no se transforme en un muro, sino en un recurso compartido. En ese escenario, programas como el Doble Grado en Derecho y Relaciones Internacionales, el Doble Grado en ADE y Relaciones Internacionales o el Grado en Economía no son simples títulos: son apuestas por formar ciudadanos capaces de liderar, comprender y gestionar este tablero global con corazón y criterio.